Lucía (1)

Cuántas veces habremos escuchado a Mujeres u hombres metidos en los 40 o ya incluso en los 50 decir eso de que ojalá me pillara con 20 años y con la experiencia que tengo ahora. Pues Lucía tenía las 2 cosas, 20 años, y una fuerte personalidad, y una seguridad y una autoestima que la hacían tener un gran magnetismo, una capacidad de ser líder en grupos y de convencer a los de su alrededor para que se hiciera lo que ella quisiera.

Lucía era un chica con las ideas claras, sin prejuicios. Deseosa de desarrollar su personalidad, de tener una mentalidad abierta, en todos los aspectos de la vida, incluido el terreno sexual. No tenía novio, pero ya no era virgen, hace tiempo que se había acostado con un chico, tenía rolletes de mayor o menor duración. Y también se había enrollado alguna vez con chicas que había conocido en alguna fiesta o en algún concierto. En uno de Extremoduro, que le encantaba, conoció a la primera chica con la que acabó retozando en el asiento trasero de un Seat León. Ella tenía más experiencia, y se lo puso muy fácil para que le quedara buen sabor de boca y con ganas de repetir cuando conociera a la chica que le gustara.

Lucía no se veía capaz de optar sólo por Mujeres o por hombres, cada sexo tiene su manera de ser, de comportarse, y a Lucía le gustaba poder disfrutar de esa variedad.

Lo que Lucía no podía soportar en la cama era el dejarse llevar. Ella siempre deseaba dirigir qué hacer en cada momento de una relación íntima. Por eso, en sus primeras relaciones tuvo conflicto con personas también dominantes en la cama. Y ese aspecto fue siendo uno en los que Lucía más se fijaba cuando la conversación con un chico o con una chica se iba metiendo a terrenos más cercanos. Dentro de ir conociendo sus gustos, al haber tenido varias parejas, buscaba parejas o aventuras puntuales, que tuvieran cierto grado de sumisión.

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Además de esa mentalidad tan abierta que ella se había ido poco a poco autoforjando, también tenía un buen cociente intelectual, y lo desarrollaba jugando al ajedrez. Ese deporte en el que sólo se mueven las manos.

Ahí fue donde conoció a Pepe, un cincuentón separado de 50 años, y con el que acabó jugando a algo más que mover peones y torres.

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